El
26 de julio de 1890, estalló en Buenos Aires la Revolución del Parque, dirigida
por un amplio frente opositor que, bajo el nombre de Unión Cívica, venía
manifestándose contra la política de Miguel Juárez Celman. La Junta
Revolucionaria estaba presidida por Leandro N. Alem.
Las
fuerzas militares sublevadas dirigidas por el general Manuel J. Campos tomaron
el Parque de Artillería, en la actual Plaza Lavalle, mientras se levantaba en
armas también un sector de la Marina. Pronto el gobierno logró controlar la
situación y las fuerzas leales, comandadas por el ministro de Guerra, general
Levalle, Carlos Pellegrini y Roque Sáenz Peña obtuvieron la rendición de los
rebeldes. La revolución fue derrotada, pero Juárez Celman, sin apoyos, debió
renunciar.
A continuación transcribimos una carta que Alem
envió al presidente de la Unión Cívica de Mendoza apenas 17 días después de
producirse la fracasada revolución.
Comunicación al Comité de Mendoza
Buenos Aires, agosto 12 de 1890
Al señor presidente del Club Unión
Cívica de Mendoza, doctor Agustín Álvarez
Estimado compatriota:
(…) Nuestro país pasa en estos
momentos por una prueba difícil, de la cual puede salir triunfante aplastando
para siempre la opresión brutal y practicando desde luego el gobierno propio y
descentralizado, que nuestra carta fundamental establece, o si los
desfallecimientos anteriores continuasen, seguir vegetando bajo el yugo
afrentoso del poder personal que imponía el gobierno caído, ejercitado por
cualquier otra personalidad.
El momento de expectativa y esperanza
ha llegado, después de una sacudida terrible de nuestra capital, organizada por
la Unión Cívica, que cansada de sufrir mentiras, claudicaciones y rapacidades,
estalló airada el 26 de julio, en consorcio con gran parte del Ejército y la
Armada, poniendo a un dedo del abismo el gobierno impopular que existía. La
fuerza de la revolución fue tan poderosa, que después de una capitulación,
cuyas causas son conocidas y que sólo debía ser una breve tregua, el
ensordecido jefe del unicato cayó estrepitosamente del mando en medio del
regocijo general.
Aun cuando se haya derribado un
presidente, la máquina opresiva y corruptora del oficialismo ha quedado armada
en las provincias, y es la energía del pueblo la que debe desmontarla ahora
pieza por pieza.
El pueblo de las provincias debe
apresurarse a reconquistar sus derechos políticos y su libertad civil también
desconocida, convencido que no tiene más salvaguardia que sus propios
esfuerzos.
No tengo la menor duda de que el
comité que presido prestará eficaz ayuda a todos en esta obra de redención, que
exige la destrucción del inmoral mecanismo, que nos ha hecho retroceder
moral y políticamente un cuarto de siglo.
La renuncia del doctor Juárez ha traído al poder al vicepresidente, que ha
prometido honradez
administrativa, libertad de sufragio e
imperio de la Constitución, compartiendo las tareas del gobierno entre
sostenedores del régimen caído y representantes de la opinión pública.
Recién se ha inaugurado la nueva
presidencia y hasta ahora sólo tenemos promesas de reparación, que necesitan
ser confirmadas por los hechos. Pero cualquiera que sea la marcha del nuevo
gobierno, el pueblo debe entender que su destino depende de sus propios
esfuerzos, y que su salvación sólo podrá alcanzarla organizándose rápida y
vigorosamente para aconsejar y alentar a los buenos gobernantes, o para obligar
a los malos a que respeten la ley y se sometan a los fallos de la opinión
pública.
El pueblo tiene hoy la conciencia de
su poder y de su dignidad, y se apresta con viril energía a impedir que se
repitan las vergüenzas del pasado. Ocupa el foro y de allí no será desalojado,
ni por la fuerza, porque es dueño de sus derechos, ni por la corrupción
bizantina, porque la bandera de la Unión Cívica es la ley y la virtud, la
justicia y la moralidad.
Esto que ha conseguido el pueblo de la
capital en pocos meses de trabajos políticos, deben también realizarlo las
provincias, y ya varios estados comienzan a organizar comités de la Unión
Cívica en todos los centros poblados.
La república sabe que el nuevo partido
ha inscripto en su bandera de principios la honradez administrativa, la
libertad de sufragio, el régimen municipal, la autonomía de las provincias y el
castigo del fraude electoral y de las malversaciones del tesoro público. Este programa
amplísimo, progresista e impregnado de un espíritu esencialmente nacional,
lejos de lesionar los derechos e intereses de ninguna provincia, hará la
felicidad de todas, puesto que se propone realizar las más adelantadas
conquistas del derecho político.
En breve la Junta Ejecutiva de la
Unión Cívica sancionará su estatuto imitando el que rige los grandes partidos
de Norteamérica. Allí se reglamentará la mejor forma de reorganización cívica,
para garantizar la genuina y honrada representación del pueblo en las funciones
gubernativas.
Mientras tanto urge que los ciudadanos
independientes de todas las provincias, organicen centros políticos que
secunden la acción de este comité con la bandera impersonal y regeneradora del
nuevo partido que se propone extirpar todos los vicios y los escándalos,
haciendo imperar en su lugar la Constitución, la probidad y la justicia.
Es necesario que todos se convenzan de
esta verdad: que el pueblo es el único artífice de su destino.
La libertad necesita ser conquistada y
conservada por la conducta digna y perseverante del mismo pueblo, y si éste en
vez de merecer o exigir con entereza gobiernos libres y honrados, se presta
dócilmente a la explotación de círculos menguados o de sus gestiones
personales, siempre peligrosas, tendrán el gobierno creado por su inepcia y por
su cobardía; es decir, tendrán el gobierno que merezca su propia indignidad.
La aurora de un nuevo día nos alumbra, se ha dicho con entusiasmo en
presencia de la nueva situación creada por los últimos acontecimientos; pero
también es cierto que la aurora no es más que un momento: el despertar del día,
correspondiendo al pueblo argentino más que a sus gobernantes, velar porque esa
luz de esperanzas continúe iluminando con nítidas claridades el
cielo de nuestra patria, e impidiendo
enérgicamente que nuevos nubarrones la obscurezcan.
La Unión Cívica entra decidida y
activamente a la organización del pueblo bajo su bandera regeneradora en toda
la república y espera que sus esfuerzos no serán estériles porque ha llegado la
hora de la reacción suprema, y se trata del bien de todas las provincias, de la
nación entera. (…)
Leandro N. Alem