
–Hay una forma de mirar la realidad que liga la democracia sólo a la ley de libre mercado. Dentro de ese modo sesgado, parece imposible que la oposición se una para algo más que para decir que no a los proyectos del Gobierno. ¿Cuánto de culpa hay de cada lado para la implementación de un debate?
–Resulta muy difícil el debate. El Gobierno tiene la iniciativa política, claramente, es quien plantea los temas. Hasta ahora, la primera reacción de la oposición fue decir “no, nos oponemos, no iremos a las comisiones y, en el recinto, votaremos en contra”. Si bien es cierto que quien debe invitar al debate es el Ejecutivo, las veces que lo hizo la respuesta fue negativa. Puntualmente, puedo hablar de la ley de medios. Lo conozco mucho: estuve presente en el proyecto de 1987, encabecé el proyecto de 2001 y trabajé en este proyecto que finalmente se aprobó. El radicalismo, que debió haber recogido el guante y sentarse a debatir, no lo hizo. Y los grandes medios, que hoy marcan la agenda de los propios partidos políticos, terminan impidiendo el debate. Pero ahí sí tuvimos una experiencia de debate con algunos sectores de la izquierda o de centroizquierda, léase lo que después fue el FAP o Proyecto Sur. Plantearon sus razones, se introdujeron las modificaciones y se avanzó. Hay muchas cosas que podían haber sido parte del debate y no se modificaron porque no había con quién debatir. Otro ejemplo es el día que se iba a dar a conocer el informe Rattenbach sobre Malvinas. El radicalismo no vino a la presentación y dijo que se iban a oponer. Creo que estamos viviendo un momento riquísimo en el país, donde la sociedad debate mucho y en muchos lugares, pero ese debate no está en el sistema político. Yo le atribuyo mucha responsabilidad a la oposición, que termina detrás de las faldas de los grandes medios, y que no dan el debate o no apoyan algún proyecto con el que están de acuerdo, porque temen aparecer escrachados al día siguiente en los diarios.